jueves, 10 de enero de 2013

TARDES DE LLUVIA

Estaba paralizada mirando al horizonte. No sabía cuanto tiempo llevaba así, ni le importaba. El mar embravecido no evocaba una tarde normal de finales de agosto. Las nubes grises que flotaban sobre él se reflejaban en lo que ya no eran aguas cristalinas; se habían tornado turbias, oscuras, frías… El viento soplaba fuerte, incesable. Arrastrando hojas verdes, levantando arena, moviendo su pelo. La hierba brillante y húmeda se doblegaba complaciente ante la indiscutible supremacía del viento. Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer suavemente, como frágiles plumas atrapadas en una tormenta de aire. Miró hacia arriba. Las delicadas gotas resbalaron por su pelo, recorrieron sus mejillas y mojaron su frente. Sonrió, todavía descansando sobre la fría hierba. No se veían gaviotas en el cielo y eso la entristeció. El agua proveniente del mar picado comenzó a salpicarla y bajó la vista hacia él. A lo lejos vio como una gran pastor alemán corría por la arena de la playa acercándose a ella. Se incorporó de un salto y secó con sus manos la cara empapada. - León! - gritó, intentando escucharse por encima del fuerte rugido del viento -. León, vuelve a casa! El pastor alemán pareció hacer caso omiso de las indicaciones de su ama y trotó hacia ella con gracilidad y con el largo pelo ondeando al viento. Era demasiado grande y robusto para que fuese arrastrado por el aire, así que ella aguardó en sus sitio hasta que León se acercase. - Te han enviado a buscarme, ¿no es cierto? - susurró, agachándose para acariciarle el lomo -. Pronto el viento será más fuerte. Deberíamos volver a casa. Recogió de la hierba el ahora empapado libro que estaba leyendo y se puso en marcha. Corrió descalza, con León escoltándola, por el paseo de madera que unía la playa con su casa, la más alejada del pueblo pero la más próxima al mar. La tormenta comenzó a enfurecerse y las gordas gotas de lluvia empezaban a doler al chocar con dureza contra la desnuda piel de sus brazos. - Analía! - gritaba una voz femenina desde el porche. Subió de forma rítmica los pequeños escalones y enseguida estuvo a cubierto. Apoyó las manos sobre sus caderas y, respirando con dificultad debido al esfuerzo, admiró el camino que acababa e recorrer. Un rayo iluminó fantasmagóricamente el cielo. Sonrió. Enseguida le precedió un fuerte y grave estruendo. León comenzó a ladrar mientras se sacudía el húmedo pelaje. Analía profirió una sonora risotada y se arrodilló en el suelo del porche. El perro lamió con énfasis su cara. - Qué demonios haces, criatura? - la firme mano de su madre la levantó del suelo -. Estás empapada! Quítate ese vestido de inmediato y ve a sentarte junto al fuego. Sin permitir que la sonrisa desapareciera de su rostro entró dentro de la casa. Cruzó sigilosamente el pasillo con León detrás guardando la misma discreción. Se asomó un instante al salón principal donde estaba situada la chimenea grande, el piano y los sofás más cómodos de la casa. Su abuela calcetaba en la mecedora más próxima al fuego mientras las gemelas coloreaban algún garabato sobre la alfombra. Un escalofrío recorrió su espalda. Lo más sensato sería secarse los pies y cambiarse de ropa. Subió con calma las interminables escaleras hasta el segundo piso. Paseó la mirada por las fotografías colgadas en la pared mientras subía. En la primera aparecía ella siendo todavía una niña, tendría unos cinco o seis años, con León siendo un cachorro en la playa. León había sido el primer y único regalo que su padre le había hecho, y no se lo reprochó nunca. El pastor alemán era su amigo más fiel. El único que la rescataba de la soledad en las infinitas tardes de lluvia y en las interminables noches de dolor. Cuando abrió la puerta de su cuarto León entró primero. Cerró de un portazo y corrió a tumbarse sobre la cama. No le importaba estar empapada y tampoco le importaba resfriarse. Cayó entonces en la cuenta de que todavía tenía el libro aferrado en su mano. Se apoyó sobre un costado y observó en silencio la cubierta. Orgullo y prejuicio. Era una portada sencilla, con el título en relieve y el fondo azul. Le gustaba ese azul, le recordaba al cielo claro y despejado del verano. Como siempre que un libro caía en sus manos le dio la vuelta y leyó la última frase […]. Esbozó una sonrisa y se levantó de la cama. Su madre había dejado sabiamente una pequeña toalla de color blanco inmaculado sobre la silla de su tocador. Avanzó sin prisa hacia ella. Caminó lentamente al principio, y al percatarse de que nadie la observaba se elevó con cuidado sobre los dedos de sus pies. Juntó las manos por encima de su cabeza y cerró los ojos. En su mente comenzaron los primeros acordes de su melodía favorita de “El lago de los cisnes”. Y así se aproximó, esbelta y grácil, a su tocador. Cogió la toalla entre sus manos y secó su pelo con premura. Su propia imagen se reflejaba en el espejo de pie junto a la ventana. El largo y negro pelo mojado caía en cascada sobre sus hombros, brillante. Se dio cuenta entonces de que su blanco vestido de tirantes estaba cubierto de verdín. Se pegaba a su cuerpo como si fuese algún tipo de seda marcando de forma evidente su figura. Torció el gesto cuando vio la marca rosada de su rodilla izquierda. Subía el bajo del vestido para deshacerse enseguida de él por la cabeza cuando un ruido la sobresaltó. Alzó la vista al espejo, que reflejaba la puerta, y se encontró con la mirada divertida de un hombre robusto. Analía le respondió con una orgullosa mirada de desaprobación. - ¿Nunca le han dicho que espiar a una mujer mientras se cambia es de muy mala educación? - preguntó a la figura reflejada en su espejo. - En infinitas ocasiones - el caballero entró en el cuarto y cerró la puerta tras su espalda -. Desgraciadamente, tengo mis propias opiniones acerca de eso. Analía trató de no sonreír. No sería ella la que discutiera con él esa incorregible tendencia que lo avocaba a crear sus propias normas.

2 comentarios:

  1. Bravo, bravo. Es precioso como describes la lluvia. A mí las descripciones es lo que peor se me da así que tienes toda mi admiración.

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    1. muchísimas gracias! Me gusta detenerme en las descripciones y tratar de hacerlas lo más bonitas y elegantes posibles, a mucha gente les suelen aburrir y yo no quiero que mis lectores se duerman!

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