lunes, 2 de agosto de 2010

CAPÍTULO UNO

- ¿Cómo me has encontrado? - preguntó entonces mi padre
- Ya lo sabes - contestó el desconocido
- ¿Qué quieres?
- ¿Tú qué crees? - el hombre lanzó una mirada de superioridad y arrogancia que me puso los pelos de punta. Pero mi padre permaneció impertérrito.
Si esa noche yo hubiera estado en mi cuarto como dijo mi padre cuando llamaron a la puerta, puede que nada sucediera aquella noche, ni las siguientes. Pero no tenía sueño y quería averiguar quien venía a mi casa a las 1:30 de la noche y conseguía que mi padre se pusiera tan nervioso.
Desde mi escondrijo entre las sombras a lo alto de la escalera pude adivinar la silueta de un hombre de unos cincuenta y tantos, bajo y gordo. De pelo canoso y cara de pocos amigos. A su lado, un chico que quizás no pasara de los veinte, alto, rubio y como más tarde comprobaría, en muy buena forma física.
- ¿Qué quieres? - repitió mi padre, esta vez algo más nervioso.
- Me gustaría hablar de esto en un lugar algo más… privado - pidió el hombre mirando a su alrededor -. Si es posible, por supuesto.
Mi padre dudó un poco antes de decidirse a llevarlo a su despacho. El hombre sonrío complacido.
- Me gustaría que él - dijo señalando al joven - no estuviera presente en nuestra conversación.
- Claro - concedió mi padre -, puedes darte una vuelta por el piso de abajo - esto último lo destacó - y también puedes poner la tele si quieres; pero no muy alta, arriba duerme mi hija.
Me pareció notar como mi padre se tensaba después de decir esto último. No se fiaba de aquellas personas y no le hizo mucha gracia haber mencionado a un chico de veinte años que su hija dormía profundamente en el piso de arriba.
Mientras los dos hombres entraron en el despacho, el muchacho se giró hacía lo alto de la escalera, justo donde estaba yo. Instintivamente me oculté detrás de la pared. Demasiado tarde, ya me había visto. Pero para mi sorpresa se dirigió al salón y no subió como yo había pensado en un primer momento.
¿Qué hacía? Podría bajar junto a él a mostrarme hospitalaria, y ofrecerle una cerveza o una coca-cola. O por el contrario podría volver a mi cuarto y no salir hasta su marcha. No lo sabía. Desde la oscuridad me había parecido que era lo bastante guapo como para ser una buena anfitriona. Y por otro lado, mis amigas nunca me perdonarían no haber bajado para al menos saber su nombre.
Aunque tampoco me pareció buena idea bajar en pijama de pantaloncito corto (era verano y hacía calor, ¿vale?) a ofrecerle a un desconocido con mala pinta una coca-cola. Además, si bajaba cabía la posibilidad de que mi padre me pillara fuera de mi habitación a esa hora.
Dudé un rato. Pero al final me decidí a bajar al salón como quien no quiere la cosa, y de paso preguntarle qué coño hacen en mi casa él y ese hombre a las 2 de la madrugada. Porque no creía que fueran vecinos disgustados por el ruido.
Cuando entré en el salón lo descubrí a oscuras escudriñando un cuadro que había pintado mi madre años atrás.
- Puedes encender la luz - dije encendiéndola - aún no matamos por eso.
- Lo supongo - dijo- pero pensé que en esta casa se hacía todo a oscuras, como espiar desde las sombras, por ejemplo.
Al encender la luz comprobé que era mucho más guapo de lo que había supuesto. Llevaba el pelo rubio oscuro despeinado y con un flequillo que le tapaba un poco el ojo derecho. Desee al instante poder apartar ese mechón de pelo de sus ojos, y ¡que ojos! Eran de un azul tan intenso que no pude sostenerle la mirada mucho tiempo, aunque puede que eso fuera parte de los nervios. Vestía unos pantalones impolutos color negro que parecían de marca y una camisa muy sencilla, simplemente blanca bajo una cara cazadora de cuero. Aparentemente, mi visitante no carecía de recursos monetarios. Aún algo impresionada, recordé su comentario y me sonrojé. El sonrió.
- Soy Laura – Me presenté. - Laura Shore.
- Yo Christian - dijo simplemente.
- No es nada personal pero, ¿qué haces aquí? No estoy acostumbrada a tener visita un martes a las 2 - solté entonces.
Christian volvió a sonreír. Era una sonrisa transparente y enigmática a la vez. Cautivadora e inimitable. Parecía un desierto inexpugnable que no tenía fin. Esa sonrisa me pedía que le conociera más. Me encantó.
- He venido con mi padre a hablar con el tuyo. Pero como puedes comprobar me han dejado fuera. - añadió echándole un vistazo a la puerta del despacho - Y la hora se debe a que hemos perdido el primer avión y hemos cogido uno de tarde en lugar de uno de madrugada.
Tenía un extraño acento que no lograba situar: no era gallego, eso seguro. Ni vasco ni catalán. Y estaba segura de que no era español. Pero hablaba castellano correctamente, y eso lo hacía todavía más interesante.
-Aah – comenté tontamente- ¿Desde donde venís?
- California. Mi padre tiene negocios allí.
Vaya, californiano. Recién llegado desde la playa de Santa Mónica.
- ¿Quieres tomar algo? - intenté cambiar de tema - Hoy hace mucho calor y una cerveza bien fría le sienta bien a cualquiera.
Christian sonrió por tercera vez aquella noche.

Estuvimos cosa de una hora hablando. Cada uno con una cerveza en la mano, charlando animadamente en el sofá. Hablamos principalmente de trivialidades. Parecía simpático y con sentido del humor; eso me encantó. Descubrí que llevaba dos años viviendo en Sicilia, aunque su residencia era Roma. No era californiano, pero su origen italiano me atrajo más todavía. Según comentó, se había pasado la vida viajando con su padre. De él solo me dijo que era un hombre de negocios y no aclaró nada más. Yo tampoco se lo pregunté.
- Y dime, ¿vas a volver por aquí? - dije dándole un sorbo a mi cerveza.
- No lo sé. Todo depende de tu padre y de si acepta representar legalmente al mío. Dicen que es el mejor. – me confió en un susurro.
Antes de que pudiera contestar, Christian miró el reloj
- Joder, la 3:15. ¿Tú mañana no tienes clase?
Me sonrojé un poco y miré también la hora. La verdad era que se había hecho bastante tarde, y más me valía despedirme ahora si quería levantarme a las 7. Pero aunque me estuviera cayendo de sueño prefería seguir hablando con Christian antes que irme a la cama.
- No importa. Además no te voy a dejar aquí solo... - reprimí un bostezo e intenté que no se notara - No te preocupes por eso.
- Como quieras - aceptó - Oye, ¿cuántos años tienes? Dieciocho, diecinueve…- aventuró él.
Me volví a sonrojar avergonzada.
- Dieciséis - logré decir con un hilo de voz.
Él sonrío de nuevo.
- Pues tienes más conversación que las tías que conozco - dijo él para mi asombro - Ellas solo tienen pájaros en la cabeza, y aún estoy investigando en que planeta viven - bromeó, y le dio el último sorbo a su cerveza -. Me ha encantado haberte conocido. Me gustaría volver a verte…
Me puse como un tomate, cualquiera me hubiese visto pensaría que me iba a dar algo. Pero en lugar de eso nos miramos largamente, y sobrevino un intenso silencio. Pude que algo incómodo, pero no podía apartar la vista de sus ojos azules, estaba como hipnotizada. Pero algo me hizo salir de mi ensimismamiento.
- Laura - dijo a mi espalda una voz familiar.
- Christian - dijo el otro hombre con voz ronca.
Los dos nos sobresaltamos y yo me volví para encontrarme con los ojos oscuros de mi padre, que miraban entre preocupados y enfadados.
- Nos vamos - anunció el otro hombre. Y dirigiéndose a mi padre dijo: - El jueves a las cinco estaré aquí para hablar de ese asunto.
Mi padre asintió, y yo dejé escapar un suspiro de alivio: después de todo iba a volver a ver a Christian. Antes de salir por la puerta me dedicó una media sonrisa a modo de despedida y desapareció detrás de su padre. Cuando se cerró la puerta el mío me miró con su cara de asesino en serie tan peculiar.
- Me gustaría saber que hacías a esta hora hablando con un desconocido - ladró.
- Solo bajé a por agua y me lo encontré en el salón, empezamos a hablar… - mentí.
- Claaaro, y no dudas en invitarle a una cerveza, ¿verdad? - Me reprochó señalando las botellas vacías. Mi única contestación fue bajar la cabeza.
- Sube a tu habitación y ya hablaremos mañana con la tranquilidad que me sea posible - gruñó dándose la vuelta.
- Pero ¿quién era ese hombre, y que quería? - le pregunté de pronto.
- Laura… - me cortó.
- Y ¿por qué ha llegado tan tarde? - continué.
- Laura…
- Y estoy segura de que ya lo conocías, porque cuando ha llegado…
- LAURA - gritó mi padre - A LA CAMA.YA!
Me miró muy fijamente y me di por enterada. Enfadada, di un portazo antes de meterme en la cama. Pensé en que seguramente no podría salir de casa en unos días y en la excusa que le soltaría a mi padre al día siguiente. A pesar de eso no pude evitar que mi último pensamiento antes de dormir fuera para él… para CHRISTIAN.

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